domingo, 6 de octubre de 2013

La elección del nombre español

Por Nélida Tójar   

   Estoy segura de que a casi cualquier profesor de español que le pregunten, sea de primaria, secundaria o de universidad, les dirá que tiene al menos un alumno en su clase con un nombre llamémosle “especial”. Y escribo esto con una sonrisa dibujada en mi cara, porque a veces resulta inevitable echarse las manos a la cabeza o lanzar la mirada al cielo clamando serenidad interna para no estallar en una enorme carcajada, o simplemente echarse a llorar.

   Y es que ya sabemos que entre nosotros existe la costumbre de hacer a los alumnos elegir un nombre español, no solo por lo que todo ello implica (cultura, fonética, integración, motivación, etc.), sino para que algunos de nosotros tardemos solo dos días y no dos meses en aprendernos los nombres de nuestra nueva clase.

   Muchos de ellos adoptan el mismo nombre que ya tenían en inglés, que a buen seguro lo eligieron antes que el español: si en inglés me llamo Alex, en español le pongo una tilde y lo tengo. Otros lo adaptan: en inglés me llamo Alice y en español Alicia. Y molo mazo.

   En ocasiones llegas a aulas donde un profesor, en plena posesión de sus facultades, supervisó exhaustivamente la elección de nombres, y ninguno o casi ninguno desentona.

   O te puede pasar como a mí hace dos semestres, que me encontré con chicas que se llamaban Monita, Freja, Angelia,… y nombres masculinos como Mayo, López o Jafe, algunos de ellos sugeridos por el profesor que me había precedido.

   Recuerdo el momento en que, apostada frente a la clase, leo en la lista Camilo, ¿quién es Camilo?, mientras proyecto la voz y dirijo la mirada hacia el fondo, donde se habían sentado los escasos 6 chicos que había. Y una preciosa niña sentada justo delante de mí levanta la mano y dice: yo. ¿Cómo te quedas? Al día siguiente le envié un mail sugiriéndole un cambio de nombre a femenino, que aceptó entre sorprendida y agradecida.

   Ayer mismo me escribía una compañera de profesión: “tengo en la misma clase a Betty, Kitty, Katy, Wiky, Nicky, Vitty, Kelly, Kylie, Gigi, Phoebe…>.< Cuando una llega y me dice que se llama Carmen, ¡es para darle una medalla!” Y prosigue: “luego a otra la llamo Gigi y me dice enfadada: soy Yoyo” >.<

   Me asomo a la web de esta misma colega y compruebo que algunos de sus estudiantes de este año se llaman Perfecto, Yip, Loki... Claro, ¿qué haces con esto? ¿Dónde están los límites? ¿Se puede imponer algo tan personal como un nombre propio? ¿Cómo medir el apego de un niño a su nombre español como para no herir su sensibilidad sugiriéndole un cambio?  ¿Sólo vamos a proponer y aprobar aquellos nombres que a nosotros nos parezcan comunes, con la dosis de subjetividad que esto supone?

   Personalmente pienso que, mientras el nombre no sea ofensivo para la persona, todo es válido. La niña de antes llamada Monita, en España u otro país hispanohablante, quizá fuera objeto de burla a causa de su nombre, por tanto aconsejaría un cambio. Pero una niña llamada Girasol, uña y carne de su inseparable amiga Sol y por lo tanto elegido el nombre a conciencia, no entiendo que debiera cambiarlo solo porque en el área geográfica de donde yo provengo no es habitual, mientras sí lo son Begoña, Rosa o Margarita, que también son flores.

   Sería interesantísimo poder leer las anécdotas de otros compañeros de profesión sobre la elección de los nombres españoles de sus alumnos y, sobre todo, vuestras opiniones acerca de las preguntas planteadas.



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