jueves, 26 de septiembre de 2013

La primera clase

Por Leticia Caballero   

   Qué mejor manera de arrancar, que empezar por el principio: LA PRIMERA CLASE. Esa, para la que nos preparamos durante horas. Esa, a la que llegamos nerviosos porque no sabemos qué estudiantes nos van a tocar. Esa, en la que tenemos que controlar el temblor de la mano al escribir en la pizarra. Esa, que tras las vacaciones de verano, nos recuerda lo bonito qué es lo que hacemos. Esa, en la que los alumnos, sobre todos los nuestros (niños chinos de secundaria), nos miran cual bicho raro salido del espacio.

   Ellos, los protagonistas de la escena, llegan a clase entusiasmados, expectantes, motivados… Con su libreta nueva, su bolígrafo y, algunos, incluso con su diccionario de chino español. Llegan con todos su sentidos trabajando al máximo esperando que el profesor extranjero diga la primera palabra. ¿Por qué contarle entonces lo importante qué es hacer los deberes todos lo días, aprobar todos los exámenes y trabajar duro durante el año? ¿De verdad no podemos esperar hasta la segunda clase para ello? Aprovechemos ese entusiasmo del principio de curso y empecemos a ENSEÑAR ESPAÑOL.

   La primera clase es una de mis favoritas. Disfruto de sus caras, de sus miradas, de sus risas cuando gesticulo más de la cuenta… Totalmente erguida y con porte serio, me planto enfrente de la pizarra, sin mediar palabra y espero a que los alumnos se callen por completo. Una vez he captado su atención y he conseguido silenciar a la masa de enanos, abandono la clase sin decir absolutamente nada. Cierro la puerta tras de mí y espero unos escasos 10 segundos. Abro de nuevo y grito ¡Hooooooola! Casi nunca reaccionan a la primera y, por las caras, creo que se preguntan ¿qué hace la loca ésta? Repito la acción varias veces hasta que por fin captan el significado de la palabra. ¿Alguna vez os habéis parado a pensar cuán bella es la palabra HOLA y todo lo que podemos transmitir con un ejercicio tan simple como este? Por lo pronto, ya les hemos enseñado algo que para ellos les resulta super fácil y, además, lo hemos hecho de forma divertida. Señores, los tenemos en el bote.

   Luego llega el momento de las presentaciones. Uffff, qué duro fue aquel primer día de clase, allá por el 2011, cuando mis niños comenzaron a decirme sus nombres y a mí todo “me sonaba a chino”… Una práctica muy común entre los extranjeros que enseñamos lenguas en el gigante asiático es la de poner nombres de la lengua meta a nuestros alumnos. No se trata solo de facilitar la tarea al profesor para el reconocimiento y llamamiento de sus pupilos, es también un recurso que nos va a servir de constante input. Los niños van a oír en repetidas ocasiones estos nombres, con los que les acostumbraremos a esas sílabas trabadas con la que muchas veces se atascan, o también con las inversas. Nombres como Pablo, Inma, Alba, Pedro, Antonio… nos ayudarán a ello. Y otros como María, Rocío, Rosa o Ramón, nos servirán para acostumbrarlos a ese fonema que tanto les asusta, la erre.

   Una propuesta chula que se me ocurre para el momento de la entrega de nombres es regalar a los alumnos “un carnet de estudiante de español”, a ser posible en formato pegatina. Se trata de una identificación que tendrán que pegar en su cuaderno de clase y cuyos datos irán rellenando a medida que vayamos aprendiendo cómo preguntar y dar ese tipo de información: Nombre, apellidos, edad, nacionalidad, profesión, dirección…

   Con la entrega de los nombres, les enseñamos a decir YO ME LLAMO… Y, posteriormente, a preguntar por él. Luego, fijación en la pizarra de todo lo aprendido… Y a practicar. ¡Qué hablen, hablen y hablen!  

   Y de igual forma que no me gusta ponerme pesada con mis estudiantes en su primera clase, no voy a hacerlo con  ustedes en ésta mi primera entrada. Así que, con mis alumnos sabiendo decir HOLA y ADIÓS y pudiendo preguntar ¿CÓMO TE LLAMAS? y responder YO ME LLAMO… Me despido.